Cuantas veces decimos o escuchamos quejarse a los docentes de que las lecturas y escrituras por la que transitan los jóvenes son escasas. Y otras tantas atribuimos este problema a los medios de comunicación, a las tics, al chat, mensajes de textos. Pero tal vez no recapacitamos, ni atribuimos responsabilidades a que el vaciamiento del lenguaje se impone desde ámbitos menos tecnológicos.
La lengua y el lenguaje son puentes y herramientas para lograr entendimiento e incidir en la transformación social. (Silvia Bacher). Por otro lado las Tic afectan y transforman inevitablemente nuestra manera de percibir y vivir el mundo.
Me pregunto ¿hasta qué punto el lenguaje puede adquirir velocidad sin perder identidad? Los nuevos usos del lenguaje afrontan cierta tirantez en los consumos culturales de los jóvenes, sus lectoescrituras, sus pensamientos, sus modos de interactuar con lo demás y demandan atravesar la frontera de la escuela con sus propios lenguajes.
Y la escuela ¿Qué actitud toma frente a esto?
Según Martín Barbero
“La actitud defensiva de la escuela se limita a identificar lo mejor del modelo pedagógico tradicional con el libro y anatemizar el mundo audiovisual como mundo de la frivolidad, de la alienación y la manipulación; a hacer del libro el ámbito de la reflexión, el análisis y la argumentación, frente a un mundo de la imagen hecho sinónimo de emotividad y seducción. Ojalá el libro fuera en la escuela un medio de reflexión y de argumentación y no de lecturas canónicas y de repeticiones estériles. Pero lamentablemente no lo es”.
Hoy el reto social reside en motivar a los jóvenes a que descubran y aprecien el poder de la palabra, que la valoren como herramienta de transformación que les permitirá la oportunidad y el derecho de la intervención ciudadana.